martes, 15 de marzo de 2016

No más


“Nosotros decidimos nuestra forma de morir (…) luchando”.



Mi nombre es Damián Carmona Moreno, tengo 19 años y afortunadamente no he pasado por hambre en ningún momento de mi vida. Creo que en un país como el nuestro esto algo sumamente increíble y estoy agradecido con la vida y mis padres por esto.
El hambre y la falta de oportunidades es tal vez un gran factor frente a los hechos de violencia y crímenes que perpetuan en nuestro país. Frente al hambre hay opciones que la gente se crea: unos optan por unirse y cosechar sus propios alimentos, comerciar entre sus comunes; unos más se vuelven asistencialistas políticos; hay quienes optan por la delincuencia en sus diversas y perversas formas; y por último están quienes viven en el sistema y deciden morirse por él, trabajando y luchando para llevar el pan a su hogar.
Todas estas formas pueden ser quizás cuestionables, pero hay una en particular que a mí me causa eco: “La delincuencia”. Delinquir es bastante fácil para algunos, pero hay caminos o formas que requieren no valor sino cobardía; el narcotráfico es tal vez el ejemplo más claro de esto que les digo. El narcotráfico se ha ido expandiendo con gran velocidad en los últimos años haciendo ver los “esfuerzos” del gobierno como movimientos sosos y pueriles. A diez años de la guerra de Felipe Calderón retomada por Enrique Peña Nieto sólo ha dejado muertos, inseguridad, hambre y pérdida de libertad… Bueno, a esto ellos, los de arriba prefieren llamarle “daños colaterales” para así evitar cargar con la culpa de cada, es más fácil ver a las personas como cifras y no como seres.

El narcotráfico ha ido acabando con nuestros bosques con la tala clandestina, ha ido extorsionando el progreso de los mexicanos, ha ido secuestrando la esperanza de una nación que clama con las manos sangrando. El narcotráfico no es cultura, no es trabajo ni mucho menos es una forma de vida; el narcotráfico es tan solo una muestra de nuestra pérdida de humanidad y es que nos aplastamos unos a otros, nos olvidamos y perpetuamos un sistema que exprime, olvida y sepulta a aquellos que no conocemos pero dañamos con nuestra complicidad. Y frente a esta pérdida de humanidad hay quienes mueren para poder vivir; oprimidos por los gobiernos, por el abandono de la sociedad y bajo la balas que no callan su inmensa valentía.
Valentía que me contagian hoy para escribir en estas líneas algo que padezco y no le deseo a nadie: el narco ha secuestrado en vida a mi hermano.  Mi hermano como muchos otros ha sido víctima del narcotráfico, víctima de esa industria de los narcocorridos y de ese sistema que muestra las riquezas a la lejanía y avizora dos únicos caminos para llegar: nacer rico o volverse narcotraficante; y es que el narcotraficante no sólo llama la atención por la “adrenalina” que pudiera llevar su acción, sino también por el poder (inmunidad), el dinero y lo que representa: un sistema caduco de valores y esperanza.
Hoy a mi hermano lo ha secuestrado el narcotráfico; lo ha secuestrado y no presencialmente, pero sí en alma y pensamiento. Se han robado un alma más y hay unos cuántos que se mofan de eso, eluden en nuestras caras con su seguridad simulada y el miedo ejercido a través de un narco estado que hoy día ha coartado risas, secuestrado alegrías y reorientado muchas vidas. Hoy no estamos todos y no olvidaremos a los que faltan ni tampoco cederemos ante sus intentos de implantar el miedo como forma de vida, ya no más, es tiempo de mostrar de qué lado está la valentía; no hay balas para todos y nosotros no necesitamos de ellas, tenemos una sonrisa para extenderla, compartirla y hacer que reine la vida.


NO MÁS.

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